Hace unos días en mi terapia, la psicologa dijo que el cáncer nos había permitido hacer una pausa en nuestras vidas, la cual el cuerpo pedía a gritos sin ser escuchado.
Durante los meses de la pandemía en que tuvimos mayores restricciones, aproveché para hacer cosas que anteriormente no realizaba, ver películas y series con mis hijos y mi esposo, tejer, leer; sin embargo, cuando se retorna a laborar presencialmente, esos espacios nuevamente se pierden y volvemos a la rutina casa - trabajo - casa.
Y ahora pienso, que estaba cansada de eso. Dios sabía que la única forma de que me desconectara totalmente de mi trabajo, era esta, porque incluso en mis períodos de vacaciones siempre estuve pendiente de lo que pasaba en el circuito y atendiendo las consultas de las personas que trabajan conmigo.
Siempre mis horarios excedieron las horas que correspondían, llevaba los pendientes a la casa y asumía tareas que tal vez no me correspondían, pero que las hacía para ayudar a otros.
Y no es que piense que eso estaba mal, simplemente que ahora tengo la certeza de que necesitaba este frenazo. En primer lugar para descansar, dormir todo lo que pueda, de por sí esa siempre ha sido mi debilidad, pero también para dar espacio a nuevas experiencias, a nuevas amistades, a nuevos retos, en definitiva a ver la vida de una forma diferente.
Desearía que las personas que me rodean tomen conciencia de esto, sin necesidad de pasar por el cáncer. De nada sirve tanta preocupación, tanta carrera, tanta presión, para al final pensar que "tanto brinco, tanto salto y el suelo está parejo", como me enseñó mi amiga Dinnia Carranza.
Los seres humanos tenemos que aprender a dejar fluir... a confiar más en Dios. No es desinterarnos o dejar de esforzarnos; es hacer las cosas
de la manera correcta, sin que nuestro cuerpo deba exigir una pausa... a gritos.
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