En diciembre pasado, mis papás celebraron sus bodas de oro. Como mi mamá quería fiesta le organizamos una pequeña recepción después de la misa.
El primer conflicto fue a quién invitar. Cómo somos una familia numerosa, buena parte de los invitados eran o Lizano o Argüello. Sin embargo, logramos rescatar unos espacios para los amigos de mi papá y de mi mamá. No todos los que nos habría gustado, pues no habría alcanzado el local, pero hubo un detalle muy importante en esos invitados. A pesar de que podíamos identificar claramente quienes eran amigos de papi o de mami, lo cierto es que eran amigos de la familia. Todos conocían y apreciaban a Mario y Rosita; todos sabían de los caminos recorridos por sus tres hijas y ahora todos sabes las travesuras de los cinco nietos. Eso me hizo pensar en el alcance de la amistad.
Los que estaban ahí, han acompañado a mis papás en sus momentos más difíciles a lo largo de esos 50 años.
Definitivamente como dice la Biblia: "quien encuentra un amigo ha encontrado un tesoro" y mis papás tienen todo un botin, que hoy comparten con nosotras.
Pienso también en mis amigas, las que no se separaron de mi cuando enfermé, en los amigos de mi esposo que han estado con él en las pachangas y en los momentos difíciles. Las amigas de mis hermanas que aún cuando no necesariamente son también mis amigas, estuvieron pendientes de mi durante el cáncer.
Santo Tomás de Aquino decía: "No hay nada en esta tierra más preciado que la amistad verdadera". Definitivamente soy una mujer afortunada... además de mi familia tengo varias amistades verdaderas que confortan mi alma en los momentos tristes y me acompañan a celebrar en los de alegría.

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